AMADO POR UNOS Y ODIADO POR OTRXS, NADIE PUEDE NEGAR QUE HACIENDO EMPRESA A GENERADO ICONOS EN LA CIUDAD QUE HOY NADIE PASA DESAPERCIBIDOS. MIREN ESTA NOTA SOBRE EDISÓN, UNO DE LOS DUEÑOS DE THEATRON.
TOMADO DE: http://www.elespectador.com/impreso/bogota/articulo-263578-el-arquitecto-del-sueno-gay
Se llama Édison Ramírez, tiene 42 años y en menos de una década ha creado siete edificios para la población LGBT en Chapinero. En junio empezará el próximo.
No hay avisos pegados en las ventanas que lo confirmen, tampoco aparecen en los clasificados. Ni siquiera se aclara en la letra menuda del contrato, pero todos lo saben: se trata de apartamentos creados para gays, lesbianas, bisexuales y transgeneristas en la zona de Chapinero en Bogotá.Se escuchan los pasos y las risotadas de una de las inquilinas del edificio y dos amigas que vinieron a visitarla. Lo saludan efusivas, ni a él ni al portero les preocupa que las tres sean transgeneristas. Es Édison Ramírez, bogotano, 42 años, gay y tímido, pero siempre sonriente. Es el dueño de Studio 55, el más grande de los siete edificios de la zona en la que reside la población LGBT desde 2002. Una habitación, un baño amplio y una cocina son el espacio.
Todo comenzó en 1995. La fiesta en Cinema apenas comenzaba. En el bar, en la 76 con 12, donde todos podían ser gays unas horas a la semana, ya no quedaba espacio. El Cinema se volvió incómodo. Esa noche Édison Ramírez supo que faltaban muchos lugares en la ciudad para la comunidad LGBT. El mismo año empezó con un bar más grande en el barrio El Lago y su audacia funcionó. Hoy es el dueño de Theatron, la discoteca gay más visitada de la ciudad, en la que un sábado pueden llegan cerca de tres mil personas. Sentado en su oficina, en la parte superior del Theatron, empieza a hablar sin rubor del tema de los edificios.
Su abuelo era pintor de brocha gorda. A él le debe el interés por la construcción. Aunque estudió administración hotelera, su mayor satisfacción es descubrir espacios viejos, diamantes cubiertos por el tiempo. Llegar a edificios abandonados y dar en el clavo: escoger los apropiados, para luego convertirlos en lugares habitables.
En 2002 empezó a crear el sueño. Compró un edificio viejo en la calle 67 con carrera 11, lo recorrió con la mirada de un obsesivo y sobre sus trazos originales se imaginó varios apartaestudios, como si él mismo fuera a vivir en ellos. Ahí, donde en los años 50 seguramente habría vivido más de una familia tradicional chapineruna, hoy viven en su mayoría gays. Luego vino el edificio de la 44, entre 13 y Caracas, con habitaciones para estudiantes. Después se imaginó el siguiente: aparecieron el de la 7ª con 68, la 58 con 8 y la 7ª con 43, al frente de la Javeriana. Entre los planes ya figura el octavo. Todos se arriendan, pero ninguno se vende.
El proyecto, que genera miradas de curiosidad y no deja de remover prejuicios, no parece descabellado. El 57% de los bogotanos no quiere tener a un gay como vecino, según la última encuesta Bienal de Culturas. Aunque son pocas las pruebas que se pueden recoger en estos casos, los que lo padecen a diario saben que la vivienda es tal vez una de las mayores dificultades con las que se encuentra la comunidad LGBT.
Aunque la mayoría de habitantes de sus edificios son miembros de esta población, el espacio no está vetado para los demás. Actualmente sólo el 10% son heterosexuales. “No podemos discriminar después de que toda la vida lo han hecho con nosotros. En la medida en que creamos nuevos espacios de ciudad, aseguramos que los heterosexuales sean más respetuosos y que tengan una mirada más abierta si deciden compartirlos”, dice Ramírez.
Por supuesto, no todos están de acuerdo. Algunos creen que esta modalidad lleva a la creación de guetos que propician aún más el aislamiento y la discriminación. En parte tienen razón, no tendrían por qué existir apartamentos exclusivos para gays ni gimnasios sólo para lesbianas, ni peluquerías para transexuales.
Pero tampoco es fruto del capricho su creación. Hace poco a la Fundación Colombia Diversa llegó una denuncia de una mujer transgenerista. Su vecina le prohíbe que abra las ventanas durante todo el día, porque no quiere verla. A otra le cobran el doble y a muchos, de los que aceptan abiertamente su condición, ni siquiera les abren la puerta cuando intentan arrendar. La lista es larga.
Marcela Sánchez, abogada de Colombia Diversa, apoya la propuesta: “todavía hay muchos prejuicios, el solo hecho de salir a la calle con la pareja puede ser considerado como exhibicionismo. Se trata de un lugar de protección como respuesta a la discriminación”. A su opinión se une la de Isabel Cristina Jaramillo, experta en temas de género de la Universidad de los Andes.
Tendencias como estas se repiten en todo el mundo. Chueca en Madrid, Greenwich Village en Nueva York, Castro en San Francisco o Le Marais en París, son apenas algunos de los barrios que ponen de manifiesto la necesidad de la comunidad LGBT de consolidar espacios en los que sea posible mantener un estilo de vida que no es permitido cuando la mayoría es heterosexual. Sólo a partir de los 60 empezaron a aparecer lugares de encuentro clandestino. Hoy no sólo hay bares, almacenes y hoteles. Todo apunta a la creación de pequeñas ciudades en las que todo está dispuesto según sus necesidades.
En muchos casos son barrios que, por algún motivo, la ciudad fue desechando. Esa precisamente es la idea de Ramírez, empezar a crear ciudad, recuperar los espacios en Chapinero Central que habían sucumbido al declive del crecimiento acelerado de la ciudad.
La llegada de los nuevos habitantes a los edificios no sólo ha reactivado el comercio, como dice entre sonrisas el cajero de un restaurante cercano a Studio 55. También se ha incrementado la seguridad.
En principio a los vecinos la idea no les gusta mucho. No les suena del todo aceptar la llegada de los nuevos habitantes. Muchos se han opuesto y hasta han intentado organizarse para evitarlo, pero después de un tiempo reconocen que resultan beneficiados.
La premisa de Ramírez es contundente. Sólo le interesa crear edificios en Chapinero. Desde 2006, cuando el entonces alcalde Luis Eduardo Garzón enfocó sus esfuerzos hacia la población LGBT, la localidad es un sitio de amplio reconocimiento y aceptación de la diversidad. Le han ofrecido casas en otros barrios, con las que sabe que podría hacer maravillas, pero no lo convencen. Su mayor interés es convertir a Chapinero en una ciudad gay.
A Blanca Inés Durán, alcaldesa de esa localidad, no le disgusta la propuesta, para ella son bienvenidos todos los proyectos que lleven al desarrollo de Chapinero, pero reconoce que no le interesa habitar este tipo de viviendas, porque prefiere que la sociedad se dé la pelea de convivir en la diferencia. “Es más difícil, pero más interesante intentar aceptar que el vecino o la vecina viven y piensan de manera distinta”.
Édison Ramírez recorre de manera continua cada uno de los edificios, vigila las goteras, los pequeños daños, saluda a sus inquilinos. Cualquiera pensaría que su estilo de arrendamiento es bastante rústico, pero le ha funcionado. No hay empresas inmobiliarias de por medio, tampoco contratos a tiempo definido. Sólo hay que ir a su oficina en Theatron, llenar una solicitud y esperar a que funcione. Los precios van desde $250 mil por una habitación de estudiante hasta $1’200.000 por apartamentos de dos habitaciones.
En cada edificio hay una lavandería accionada por monedas —el lavado y el secado cuestan $8 mil— y mientras se limpia la ropa, ese es el mejor espacio para conocer a los nuevos inquilinos y concertar alguna cita. Rubén Acero inquilino de uno de los apartaestudios, dice que lo mejor de vivir en lugares como estos es la seguridad de que ninguna mirada inquisidora está encima de cada uno de sus movimientos.
La actitud de Juan José Ramírez, el administrador de uno de los edificios, confirma su versión. Compara el lugar con un laboratorio en el que los experimentos han dado buenos resultados. La opinión de Marcela Sánchez, de Colombia Diversa, es similar. “No es una medida exclusiva y tampoco obligatoria, por el contrario, ayudan a visibilizar algo que la gente no quiere ver, es recordar que todos vivimos en esta ciudad”.
De nuevo sentado en su oficina, Édison Ramírez termina diciendo que uno de sus grandes metas es que las personas LGBT no tengan que esperar hasta el sábado para ser lo que son. “El reto es que podamos ser gays todo el tiempo y este tipo de edificios lo permite”.
Todo comenzó en 1995. La fiesta en Cinema apenas comenzaba. En el bar, en la 76 con 12, donde todos podían ser gays unas horas a la semana, ya no quedaba espacio. El Cinema se volvió incómodo. Esa noche Édison Ramírez supo que faltaban muchos lugares en la ciudad para la comunidad LGBT. El mismo año empezó con un bar más grande en el barrio El Lago y su audacia funcionó. Hoy es el dueño de Theatron, la discoteca gay más visitada de la ciudad, en la que un sábado pueden llegan cerca de tres mil personas. Sentado en su oficina, en la parte superior del Theatron, empieza a hablar sin rubor del tema de los edificios.
Su abuelo era pintor de brocha gorda. A él le debe el interés por la construcción. Aunque estudió administración hotelera, su mayor satisfacción es descubrir espacios viejos, diamantes cubiertos por el tiempo. Llegar a edificios abandonados y dar en el clavo: escoger los apropiados, para luego convertirlos en lugares habitables.
En 2002 empezó a crear el sueño. Compró un edificio viejo en la calle 67 con carrera 11, lo recorrió con la mirada de un obsesivo y sobre sus trazos originales se imaginó varios apartaestudios, como si él mismo fuera a vivir en ellos. Ahí, donde en los años 50 seguramente habría vivido más de una familia tradicional chapineruna, hoy viven en su mayoría gays. Luego vino el edificio de la 44, entre 13 y Caracas, con habitaciones para estudiantes. Después se imaginó el siguiente: aparecieron el de la 7ª con 68, la 58 con 8 y la 7ª con 43, al frente de la Javeriana. Entre los planes ya figura el octavo. Todos se arriendan, pero ninguno se vende.
El proyecto, que genera miradas de curiosidad y no deja de remover prejuicios, no parece descabellado. El 57% de los bogotanos no quiere tener a un gay como vecino, según la última encuesta Bienal de Culturas. Aunque son pocas las pruebas que se pueden recoger en estos casos, los que lo padecen a diario saben que la vivienda es tal vez una de las mayores dificultades con las que se encuentra la comunidad LGBT.
Aunque la mayoría de habitantes de sus edificios son miembros de esta población, el espacio no está vetado para los demás. Actualmente sólo el 10% son heterosexuales. “No podemos discriminar después de que toda la vida lo han hecho con nosotros. En la medida en que creamos nuevos espacios de ciudad, aseguramos que los heterosexuales sean más respetuosos y que tengan una mirada más abierta si deciden compartirlos”, dice Ramírez.
Por supuesto, no todos están de acuerdo. Algunos creen que esta modalidad lleva a la creación de guetos que propician aún más el aislamiento y la discriminación. En parte tienen razón, no tendrían por qué existir apartamentos exclusivos para gays ni gimnasios sólo para lesbianas, ni peluquerías para transexuales.
Pero tampoco es fruto del capricho su creación. Hace poco a la Fundación Colombia Diversa llegó una denuncia de una mujer transgenerista. Su vecina le prohíbe que abra las ventanas durante todo el día, porque no quiere verla. A otra le cobran el doble y a muchos, de los que aceptan abiertamente su condición, ni siquiera les abren la puerta cuando intentan arrendar. La lista es larga.
Marcela Sánchez, abogada de Colombia Diversa, apoya la propuesta: “todavía hay muchos prejuicios, el solo hecho de salir a la calle con la pareja puede ser considerado como exhibicionismo. Se trata de un lugar de protección como respuesta a la discriminación”. A su opinión se une la de Isabel Cristina Jaramillo, experta en temas de género de la Universidad de los Andes.
Tendencias como estas se repiten en todo el mundo. Chueca en Madrid, Greenwich Village en Nueva York, Castro en San Francisco o Le Marais en París, son apenas algunos de los barrios que ponen de manifiesto la necesidad de la comunidad LGBT de consolidar espacios en los que sea posible mantener un estilo de vida que no es permitido cuando la mayoría es heterosexual. Sólo a partir de los 60 empezaron a aparecer lugares de encuentro clandestino. Hoy no sólo hay bares, almacenes y hoteles. Todo apunta a la creación de pequeñas ciudades en las que todo está dispuesto según sus necesidades.
En muchos casos son barrios que, por algún motivo, la ciudad fue desechando. Esa precisamente es la idea de Ramírez, empezar a crear ciudad, recuperar los espacios en Chapinero Central que habían sucumbido al declive del crecimiento acelerado de la ciudad.
La llegada de los nuevos habitantes a los edificios no sólo ha reactivado el comercio, como dice entre sonrisas el cajero de un restaurante cercano a Studio 55. También se ha incrementado la seguridad.
En principio a los vecinos la idea no les gusta mucho. No les suena del todo aceptar la llegada de los nuevos habitantes. Muchos se han opuesto y hasta han intentado organizarse para evitarlo, pero después de un tiempo reconocen que resultan beneficiados.
La premisa de Ramírez es contundente. Sólo le interesa crear edificios en Chapinero. Desde 2006, cuando el entonces alcalde Luis Eduardo Garzón enfocó sus esfuerzos hacia la población LGBT, la localidad es un sitio de amplio reconocimiento y aceptación de la diversidad. Le han ofrecido casas en otros barrios, con las que sabe que podría hacer maravillas, pero no lo convencen. Su mayor interés es convertir a Chapinero en una ciudad gay.
A Blanca Inés Durán, alcaldesa de esa localidad, no le disgusta la propuesta, para ella son bienvenidos todos los proyectos que lleven al desarrollo de Chapinero, pero reconoce que no le interesa habitar este tipo de viviendas, porque prefiere que la sociedad se dé la pelea de convivir en la diferencia. “Es más difícil, pero más interesante intentar aceptar que el vecino o la vecina viven y piensan de manera distinta”.
Édison Ramírez recorre de manera continua cada uno de los edificios, vigila las goteras, los pequeños daños, saluda a sus inquilinos. Cualquiera pensaría que su estilo de arrendamiento es bastante rústico, pero le ha funcionado. No hay empresas inmobiliarias de por medio, tampoco contratos a tiempo definido. Sólo hay que ir a su oficina en Theatron, llenar una solicitud y esperar a que funcione. Los precios van desde $250 mil por una habitación de estudiante hasta $1’200.000 por apartamentos de dos habitaciones.
En cada edificio hay una lavandería accionada por monedas —el lavado y el secado cuestan $8 mil— y mientras se limpia la ropa, ese es el mejor espacio para conocer a los nuevos inquilinos y concertar alguna cita. Rubén Acero inquilino de uno de los apartaestudios, dice que lo mejor de vivir en lugares como estos es la seguridad de que ninguna mirada inquisidora está encima de cada uno de sus movimientos.
La actitud de Juan José Ramírez, el administrador de uno de los edificios, confirma su versión. Compara el lugar con un laboratorio en el que los experimentos han dado buenos resultados. La opinión de Marcela Sánchez, de Colombia Diversa, es similar. “No es una medida exclusiva y tampoco obligatoria, por el contrario, ayudan a visibilizar algo que la gente no quiere ver, es recordar que todos vivimos en esta ciudad”.
De nuevo sentado en su oficina, Édison Ramírez termina diciendo que uno de sus grandes metas es que las personas LGBT no tengan que esperar hasta el sábado para ser lo que son. “El reto es que podamos ser gays todo el tiempo y este tipo de edificios lo permite”.
TOMADO DE: http://www.elespectador.com/impreso/bogota/articulo-263578-el-arquitecto-del-sueno-gay
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